El turismo ha sido uno de los sectores más afectados por la pandemia que mantiene a los países en alerta desde hace poco más de dos años. El SARS-CoV-2 lo ha interpelado en muchos sentidos; morales, éticos, sociales, culturales, económicos y políticos. Dos de ellos ocupan un lugar central en los temas de debate en la actualidad. El primero refiere a la crisis económica del sector de viajes (sobre todo internacionales). El segundo, a la respuesta que los sistemas socionaturales han tenido cuando se vieron liberados de la presión que el turismo les imprimía.
Los gobiernos, los destinos y las empresas están muy preocupados por dar respuesta a la primera situación. Así surgen innumerables estrategias que revisten mayor o menor éxito. El Plan Previaje, en Argentina, es un ejemplo. Recuperar parte del dinero invertido para volver o viajar o flexibilizar los servicios, parecen acciones que relajan al cliente y generan oportunidades.
La pregunta es: ¿quién y cómo se ocupa de la planificación de un turismo que tenga en cuenta la carga e impactos que el mismo genera, para poder proyectar un desarrollo deseable, viable y en equilibrio?
Aquí vuelven al escenario todas esas herramientas que de uno u otro modo podrían darnos elementos para garantizar la sustentabilidad o sostenibilidad del turismo. Este artículo trae alguna de ellas a la reflexión.
Un nuevo/viejo concepto aparece en escena: el Turismo Responsable. Entendiendo a este como aquel que propicia el compromiso con el entorno. A su vez, que no solo evita generar impactos negativos, sino que se involucra para promover impactos positivos. Basado en los criterios del turismo sostenible, profundiza en el comportamiento ético de los actores involucrados en el proceso. Amplía esta idea de paliar la crisis de un modo más reactivo para buscar estrategias que tienen un carácter más preventivo.
¿Qué aspectos resultan importantes desde esta perspectiva para pensar herramientas para la gestión del turismo?
● Reducir los impactos negativos en el ambiente.
● Apostar al consumo responsable de recursos y energía.
● Propiciar estrategias de conservación y protección.
● Apoyar los procesos de monitoreo y evolución de los sistemas.
● Articular con las comunidades locales, su cultura y sus tradiciones.
● Potenciar la economía circular.
● Favorecer procesos de sensibilización ambiental.

¿Es posible que el retorno del turismo fomente este tipo proyectos, experiencias o procesos? Y ¿Qué rol le cabe a la gestión de estos?
Hoy más que nunca es necesario potenciar la inclusión de herramientas preventivas y darle sentido a los estudios para conocer a qué presión estamos sometiendo a los recursos y a los propios residentes, en algunos casos. Por eso es crucial implementar una batería de herramientas que aporten datos cuantitativos y cualitativos a la planificación de la actividad, a la intervención territorial y la gestión de los flujos de turismo. En tal sentido podemos ver cómo, a los estudios de Capacidad de Carga Turística (CCT), se los puede complementar con estudios de Capacidad de Acogida del Territorio (CAT) para recibir actividades recreativas. También definir Umbrales Ambientales Límites (UAL) a partir del Límite de Cambio Aceptable (LCA). Todos estos instrumentos constituyen metodologías que se pueden articular.
Si partiéramos del LCA, podría establecerse (con cierta aproximación) hasta dónde es posible transformar un sistema en contextos concretos. Comprender qué cambios pueden esperarse sin que resulten irremediables o tengan una magnitud o extensión indeseada, o que afecten a otros recursos. Pero también puede pensarse de manera multidimensional. ¿Hasta dónde una sociedad está dispuesta a cambiar su ritmo de vida, sus costumbres o la organización de su espacio vital producto del turismo? El elemento clave está en la generación de procesos participativos concretos, donde los residentes conozcan las ventajas y desventajas de la actividad y, con la información, puedan establecer esos límites. Allí podemos incorporar la perspectiva de los Umbrales Ambientales que condicionan cualquier actividad.
Sería tan simple y complejo como responder a cuatro preguntas: ¿Qué se puede hacer? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cuántos?
De las respuestas surge la planificación de un uso en el territorio y de su consiguiente zonificación y ordenamiento. Vayamos a un ejemplo: ¿Qué tipo de pesca se puede realizar en el lago? ¿Dónde es posible pescar? ¿Cuándo puede llevarse a cabo la actividad? Y ¿Cuántos pescadores por día, mes o año (dependiendo el caso) se permiten al mismo tiempo?
Cada pregunta puede tener sus variables específicas. De hecho podrían articularse combinando múltiples dimensiones. Procesos de este tipo son fundamentales en el abordaje de los sistemas complejos; constituidos por interdependencias que problematizan las acciones a seguir en el marco de la gestión ambiental de los mismos.
La CCT tiene muchos ejemplos de aplicación y diferentes formas de concebirla. Si bien el resultado es conocer “cuánto de algo (turistas, bicicletas, etc.) pueden estar en un determinado tiempo en un mismo lugar”, son sus dimensiones las que interesan, sobre todo dos de ellas.
Partiremos de una capacidad de carga únicamente determinada por aspectos físicos, es decir espaciales (cuántos entran). Luego vamos a buscar otro resultado que esté ajustado por variables ecológicas que van a limitar ese valor. Pero lo interesante surge cuando a ese nuevo dato lo revisamos a la luz de la Capacidad de Carga Psicológica y de la Capacidad de Carga Socioperceptual. La primera refleja cuántos son demasiados turistas para el propio turista. La segunda se hace la misma pregunta en relación a los residentes de ese lugar analizado. En definitiva la CCT es la resultante de todos esos ajustes que articulan dimensiones con variables cualitativas.
La Evaluación de la Capacidad de Acogida del Territorio (ECAT) permite establecer zonificación de los mejores usos posibles, a partir de combinar cuatro procesos. Primero se describen las Unidades de Síntesis Territoriales (UST), que son las condiciones actuales del mismo. Luego hay que conocer y caracterizar en detalle las actividades propuestas o actuales. A partir de allí se analizan las aptitudes de dichas unidades para recibir esas actividades y, por último, la susceptibilidad de ser afectadas.
Esta herramienta es exhaustiva en el análisis de la vulnerabilidad del territorio frente a una propuesta de intervención, para corregirla, o incluso evitarla. Por tal motivo puede ser también un elemento que colabore en la toma de decisiones.
Aquí algunas de las alternativas que siguen siendo estratégicas y urgentes de aplicar para gestionar los impactos positivos y negativos que el turismo genera en el corto, mediano y largo plazo.
Este artículo las pone en el contexto de la oportunidad histórica que este momento ofrece para el tratamiento y abordaje de las problemáticas locales y regionales, y de la necesidad de pensar herramientas combinadas.

Pero otro de los grandes desafíos de Turismo Responsable radica en cómo poder ir más allá de la problemática territorial local. Es decir: una mirada más amplia que los destinos donde las empresas gestionan sus servicios, los Estados desarrollan la política turística local, los turistas visitan, y los residentes conviven a diario con esta actividad. La micro escala es clave, pero se ve trascendida por aquellas transformaciones ambientales que tienen una repercusión mayor. Problemáticas planetarias como el cambio climático no tienen ajeno al turismo; un sector que claramente se ve afectado y que es generador de gases de efecto invernadero. Entonces, ¿Cómo establecer los alcances de la responsabilidad social, empresarial, gubernamental y ciudadana, sobre problemas globales de tal magnitud?
A tal efecto, la reflexión es cómo pensar la gestión ambiental en contextos de comunicación estratégica y sensibilización de los actores involucrados directa o indirectamente. Tanto para que se involucren en la construcción de las acciones, como en que los marcos de acción tengan tierra fértil para ser aplicados. En la medida que los problemas globales aparentemente nos queden “lejos”, el interés se reduce significativamente.
De la comunicación estratégica de carácter persuasivo resulta la sensibilización de los grupos y de los actores sociales responsables. No es posible accionar sobre lo que no se conoce, no se percibe como parte de uno o no se considera de interés, con la relevancia suficiente para cambiar ciertas lógicas de intervención territorial.
La recuperación de la actividad turística nos interpela como gestores ambientales estemos vinculados con el desarrollo turístico sostenible de un modo u otro. Entre las responsabilidades de los profesionales del sector podemos mencionar algunas que cobran trascendencia:
● Propiciar proyectos específicos y no recetas en cada zona de destino (incluyendo variables sociales, económicas y ecológicas).
● Denunciar los impactos negativos o indeseados (que no es lo mismo) que el turismo convencional genera o puede provocar en sociedades anfitrionas; así como la mercantilización de los territorios o la segregación espacial que algunos modelos de implantación de la actividad generan.
● Valorar y reclamar la responsabilidad de todos (turistas, tour-operadores, anfitriones, el estado, ONGs e instituciones educativas y de investigación), a la hora de favorecer modelos turísticos sostenibles.
● Construir, o participar de agendas en las que la comunicación y sensibilización empiece a articular las escalas locales y globales de manera holística e integral, y sean la base de las acciones estratégicas.
En definitiva, algo hemos aprendido. Es hora de potenciar en el turismo marcas convertidas en huellas y no en cicatrices.
Docente, Investigadora y Escritora.
guillefernandezzambon@gmail.com
Profesora Adjunta a cargo, área de Turismo y Gestión Ambiental.
CINEA (Centro de Investigación y Estudios Ambientales)
FCH (Facultad de Ciencias Humanas) UNICEN.
Más de 25 años en el sector académico y varios más como escritora. Dedicada en la actualidad a la comunicación estratégica de ideas, proyectos, productos, artículos y otros contenidos.